En la mesa con los mayores

por | Mar 16, 2023 | Editorial | 0 Comentarios

Sentado hace unas semanas en la cena tradicional de la Orden del Mostachón, me di cuenta de lo útil de su profana existencia. Se trata de algo que se va sucediendo con naturalidad desde el año 1964, comentaba con un amigo que la importancia o relevancia de las cosas depende en gran medida del tiempo que se mantengan. Por ejemplo, algo que dura un lustro tiene para mí menos valor real de ser estudiado, promocionado, subvencionado y preparado para crecer que algo que tiene más de 25 años, que es una buena cifra para entender que no es un asunto efímero. Un grupo de personas, amigos, conocidos, desconocidos o familiares, solo pueden mantener unos lazos si hay continuidad y algo tan sencillo como un reconocimiento otorgado por distintas personas de diversa índole, pero que pueden representar un esbozo de una sociedad y un momento en el tiempo, crean una caja del tiempo; haciendo su labor ordenada cada año con honestidad y sin muchos ademanes de grandeza.

La importancia se la tenemos que dar los nuevos, los que llegamos por primera vez a la cena apoyando a esas personas que de forma discreta forman un equipo de gobernanza, año tras año, donde con unos estatus sencillos buscan mostrar con orgullo el fruto que da esta tierra, que es ejemplo de una sociedad local pero con ingenio universal. ¿Para qué sirve la Orden? ¿Qué se hace allí en la cena? Invito a cualquier grupo de personas que se reúnan durante más de cincuenta años, con la periodicidad de dos veces, anualmente, para hacer algo, algo concreto, algo con cariño, que invite al encuentro y al debate, que permita mostrar las virtudes de una sociedad, cambiantes, y que termine en un abrazo de despedida hasta la próxima reunión. Formar parte de algo, con tal razón, es un placer y un orgullo por que sentarse en una mesa así es un reconocimiento intrínseco a cada uno de los allí presentes que recogen el testigo de los que han estado en otros momentos de la historia y, aunque no tenga un valor cuantificable, es estar en el mundo donde pasan las cosas. Gracias a todos esos “mayores” en el sentido de “sabios” que mantienen vivo ese fuego.

Ese fuego de la memoria quema si no es entregado a la siguiente generación, no hay épica más trascendente que la del regreso, ni carisma que iguale la de la persona que, vieja y cansada, vuelve al sitio en que ha sentido calma y paz a tratar de seguir haciéndonos felices a los demás. El miércoles de ceniza está lleno de simbolismo y de esa llama que los cristianos renovamos cada año. De nuevo el ritual es importante y sin saber desde cuándo, sin tener el dato histórico, encontramos historias preciosas que hacen que el pegamento del rito continúe atrayendo nuevas miradas cada año y pase a la siguiente generación. “Abuela, ¿de dónde sale la ceniza que nos colocan en la frente?, pues hija no losé pero vamos a ver sino enteramos…” Pues allá vamos, resulta que cada domingo de Ramos con las palmas que lleva la imagen de Jesús entrando en Jerusalén que todos conocemos como la Borriquita, que van procesionando sobre un canasto de oro por las calles de Utrera y que es la mañana del cielo más azul del año; esas palmas terminan en el convento de las Madres Carmelitas y allí, en un momento único y de reunión de nuevo en torno al fuego que tiene su poder tan primitivo, acompañado del párroco de Santiago, se queman y con esas cenizas cualquier cristiano puede empezar la cuaresma de la mano de un acto espiritual único que le marca el pulso de la vida y que le orienta constantemente. No es que se queme el periódico viejo o un cartón de huevos, es que se le da pureza, contenido y sentido a un círculo que se cierra con la renovación para los creyentes de su fe y que provienen de tradiciones mucho más antiguas que cualquier imagen de la Semana Santa, que es una escenificación preciosista de un sentimiento destilado por generaciones. De nuevo las Madres, de nuevo las abuelas, de nuevo la mujer que sostiene, que da a luz y alumbra, desde el ámbito más sencillo, es quien cohesiona la historia, aunque no se nombre; se trata de la actriz principal que suele tener el papel de secundaria en la escena de cualquier historia o teatro que es la vida.

Nuestro teatro es la calle, hay teatros que impactan por su historia, por su acústica o porque sus edificios son tan bellos como los espectáculos que organizan. No se sabe cuándo se subió alguien por primera vez sobre un promontorio y a la luz de la luna llena a gesticular e interpretar alguna historieta o hazaña a ese espacio (seguro que en plena naturaleza) que en términos griegos luego sería el “theatron” o ese “lugar donde se mira”. Y aquí hay mucho donde mirar y admirar.

Nuestro teatro es la calle, porque la escena, los actores, el público, el espacio y el libreto es un hilo que lleva la vida de todos los que de alguna manera vivimos en la calle. Nos gusta estar en la calle, en las plazas, nos gustaban los patios de vecinos, compartir la charla, las risas y el llanto y vivir pensando en agradar y en muchos casos servir a los demás. En ese sentido que tiene aquí la vida y en ese caldo antropológico de necesidad humana por agradar, aquí sacamos a la calle la expresión barroca más importante, diríamos del mundo, en una semana donde sentir de otra manera.

Nuestro teatro es Real, es Maestrante y es más grande que la ópera de Sídney, aquí se representa la muerte del Hijo y el dolor de la Madre, y se festeja la vida, la luz, la música, la composición, la belleza, y parecen cosas imposibles de entender; del dolor surge la alegría, pero si te paras en cualquier esquina, cualquier día de la Semana Santa y tienes los ojos abiertos, puedes sentir cosas que no vas a sentir el resto de los días del año. No se trata de estar con el llamador en la mano o de ser el patero con más ganas de gritar, se trata de respirar estos días y disfrutar del sinsentido de la complejidad del mundo que pone por delante de ti todas las opciones para soltar las riendas de la razón, y dejarse llevar por un instante de una lágrima de cera que cae por un cirio. No se lo pierdan y busquen un buen sitio en el patio de butacas que comienza el espectáculo.

 

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