A veces cuando visito ciertos pueblos con tanto encanto como Montejaque, siento una especie de nostalgia temporal que me recorre desde el pasado al futuro. Tiene menos de mil habitantes, un pasado árabe, “Monte-xaquez” (montaña perdida), importancia estratégica (fue reconquistado por los Reyes Católicos), ilustres vecinos como Miguel de Mañara del que se conserva su palacete en la plaza coronado por un escudo de armas borrado, erosionado por las inclemencias del tiempo, seguramente este hecho agradaría sobremanera al “Buen Mañara”, que, tras una vida licenciosa, dedicó sus últimos años de vida a reflexionar sobre lo efímero de los placeres terrenales.
Tuvo Montejaque un castillo del que no se conserva un sillar, también tuvo más habitantes en épocas anteriores, un cine y una vida pujante; aquí es donde empieza mi nostalgia futurible que se transforma en preocupación cuando observo la cantidad de casas a la venta que existen en el pueblo y la edad media de los vecinos autóctonos que me saludan conforme asciendo al mirador de arriba. Hosteleros y restauradores intentan rehabilitar las antiguas y encantadoras casas encaladas para darle alicientes al viajero que se acerca a respirar el aire serrano, además de alegrar la cuenta de resultados propia y la de Airbnb. No sé si en el futuro convertiremos nuestros pueblos en meros decorados para solaz de domingueros como un servidor, pero lo cierto es que me apena que las formas de vida, que durante tanto tiempo nos sirvieron, hoy no nos sirven. Lo de la España vaciada es mucho más preocupante que un eslogan o un “Teruel existe”, pero como es algo a medio plazo, al político actual le importa un pimiento, y ¡ojo!, que esta misma reflexión sirve para el centro de cualquier ciudad de tamaño mediano, incluso para el centro histórico de Sevilla, donde florecen como setas de la Encarnación los hoteles en el casco histórico. No sé si el futuro está en el teletrabajo, pero quienes piensen en el futuro hagan el favor de buscar alguna fórmula de enraizar a las generaciones futuras o, por el contrario, cuando nuestros hijos suban al inexistente castillo de Montejaque, no habrá nadie saludándolos por la calle.
A pocos kilómetros de Montejaque hay una presa llamada de Los Caballeros, que no de los ingenieros. Supone uno de los mayores fiascos en este tipo de construcciones hidroeléctricas. Parece ser que el proyecto databa de 1917 y se construyó en tiempo récord para la época, en menos de un año. Desde lejos parece una teja hincada en el lecho del río Guadares o también conocido como Campobuche. Tiene una altura de 84 metros y fue terminada en 1924. Fue financiada por la Compañía Sevillana de Electricidad por lo que habría que ver lo calentitas que serían las juntas de accionistas de aquellas fechas. Se trata de una construcción modernísima para la época, la primera presa enteramente de hormigón en Europa.
–CERVECERO: ¿Y por qué no funcionó la presa?
–YO: Al parecer los estudios geológicos estaban incompletos. Todo el lecho del rio es como un queso gruyere.
–C: “Con bujeros por tos laos”.
–YO: El agua se retenía en la presa pero se iba filtrando por el fondo camino de la cueva del Hundidero, desde allí se iba a la Cueva del Gato, al Guadiaro, y desde el Guadiaro al Mediterráneo. “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar…”
–C: A lo mejor se llamaba la Presa de los Caballeros porque, habida cuenta del fracaso, nadie cobró ninguna comisión por su construcción.
–YO: No está mal tirado. Lo cierto es que como atracción turística es fantástica, pasear sobre la corona de la presa, observar el fondo, las rocas, los buitres volando. Todo muy fotogénico. Después hay que bajar a ver la cueva del Hundidero.
–C: Pero eso lo va a bajar usted, porque un servidor ya sabe que cuando se baja una escalera larga hay que subirla después.
–YO: Sabia decisión. La bajada es de unos 160 metros. Hay unas escaleras estrechas pero aseguradas con postes y cuerdas a las que agarrarse cuando está uno contra las ídem. Merece la pena el esfuerzo para encontrarse con una cavidad de unos 60 m de altura a la que adentrarse. Este tipo de construcciones naturales parecen concentrar fuerzas telúricas que te atraen al menos mientras hay luz. Cuando se acaba la luz, a escasos metros de la boca de la cueva, entra el acongojamiento, aparecen los dodotis y desaparecen las fuerzas telúricas y las ansias de conocer lo desconocido. Dicen que es posible cruzar la cueva del Hundidero y salir por la Cueva del Gato con algún guía experto, pero, claro, esto tiene 4 kms de largo y hay que cruzar 25 lagos a nado con agua fría, pero fría de verdad.
–C: 25 lagos, ni que fuera uno Mark Spitz.
–YO: Madre mía. ¿No había un nadador más antiguo?
–C: Por cierto, hay una piedra aquí frente a la Iglesia con un mensaje que no sé cómo interpretar. Hace referencia a la fortaleza de la mujer montejaqueña durante la Guerra de la Independencia. Se dice que las mujeres de Montejaque son diferentes, más fuertes, de miembros robustos y facciones rudas.
–YO: Ten cuidado con lo que dices que hoy se le saca punta a todo. Es sabido por los historiadores que el papel de las guerrillas en la sierra fue fundamental para derrotar a los franceses, y en esta piedra hay un reconocimiento para las mujeres serranas por su valentía, patriotismo e implicación.
–C: Pero escrito está en la piedra que hubo una frase que corría por las tropas francesas cuando hacían prisioneros: “NO MATADLO, CASADLO CON UNA MONTEJAQUEÑA”.
–YO: Pues yo no sé si tomarme este dicho como un piropo a la mujer o como un aviso a navegantes.
–C: Por suerte ya no estamos en edad casadera. Más bien estamos en edad de escribir las memorias.
–YO: …O incluso de olvidarlas.
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