Cuando se va un amigo, un vecino, o alguien al que realmente quieres, te deja un vacío que sólo el tiempo y los recuerdos son capaces de llenar, días en los que se tornan de color gris, y por más vueltas que le des a tu cabeza no encuentras explicación, entonces es cuando empezamos con el arrepentimiento, a ponernos la mano en el pecho y decir todo lo que se siente, lo que nos hubiese gustado hacer y no se hizo, error grave no detenerse a contemplar, escuchar y acariciar las manos de esas personas buenas, que tuvieron su paso por esta vida llenándola de cosas hermosas. Los homenajes en vida, los premios en su tiempo, o simplemente cuando Dios quiera, por eso ahora que le ves la cara tan de cerca al Todopoderoso, te estará honrando a cada segundo, como pocos lo hicimos aquí; tu merecimiento fue grandioso, tus obras quedaron para siempre marcando la historia de una Utrera que se va quedando huérfana de sus personajes, y permíteme llamarte así, personajes los hay de todos los colores y formas, que para entrar en la nómina de esa corte de selectos es muy difícil, y tú formabas parte de ese batallón de grandes ilustres, únicos.
Mateíto, el de la bombona, capataz, cofrade, sevillista, utrerano por los cuatro costados, su nombre forma parte de los libros de nuestra Semana Santa; su forma de interpretar la vida quedará para siempre en los anales, protestón, inquieto, divertido, siempre con una respuesta rápida en su boca, un hombre de otros tiempos, pero curtido con la verdad; su universidad, la calle, y su amor, repartido entre su mujer, sus hijos y sus nietos, así fue don Manuel Mateos López, que el pasado mes de marzo nos dejó para siempre, justo antes de su Semana Santa, a la que tanto quería, y ahí estuvieron algunas hermandades y capataces dedicándote algunas de sus “levantás” al Cielo, allí estabas tú, tan presente y tan vivo, tal cual. Así te recordaremos y te llevaremos en el corazón.
¡Hasta siempre, amigo, y gracias por tus cosas!
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