Fernanda y el cine

por | May 11, 2024 | Ángel Luis de Quinta Garrobo, Opinión | 0 Comentarios

Bonita crece y mengua, y yo me mantengo en mi ser… Soy un cuadro de tristeza pegaíto a la paré…

Se alza un telón negro como los vestidos de las cinco hijas de Bernarda Alba, hundiéndose “en un mar de luto”. Qué ocurrencia abrir este “drama de mujeres en los pueblos de España” – como subtituló Federico su obra póstuma– con la voz quebrada de Fernanda por soleá, digna idea y capricho de un maestro como Mario Camus. El director también tuvo claro que no habría música alguna en su versión del clásico de Lorca, ni banda sonora tampoco, de hecho, es una de las pocas películas conocidas en las que no suena ni un triste violín, solo el silencio, la palabra que más repite el texto del poeta de Granada. Un silencio hondo y duro, decretado por la carcelera de esas pobres criaturas, que llena los 103 minutos que dura el filme, roto solo por su inconfundible quejío.

¡Ay, yo no soy ya quien era! ¡Ni quien yo desearía ser! Soy un mueble de tristeza pegaíto a la paré.

Cien años de nuestra Fernanda, cien años que se han cumplido de su glorioso nacimiento en un cúmulo de celebraciones que nos ha vuelto a acercar su recuerdo –si es que alguna vez llegó a alejarse– y su excelencia mediante exposiciones, conferencias o reportajes. Muchos pensarán que se ha hecho poco, considerando lo que ella merece, pero suele suceder, y es que no hay nadie tan grande que el tiempo y la desidia no acaben diluyendo de la ingrata memoria colectiva. Pero es nuestra herencia, y ya sea con más o con menos es un deber protegerla y cuidarla como oro en paño. Fernanda y Bernarda de Utrera, palabras mayores, que no se nos olvide. Dentro de cuatro años cumplirá los cien la hermana pequeña, a ver si estamos a la altura, otra oportunidad para agradecer que vinieran al mundo tan cerquita, ¿dónde iba a ser?

Las niñas de Utrera, muchas veces juntas y otras por separado, tocaron tó los palos y nunca mejor dicho, del flamenco y de la vida. Gracias al centenario hemos podido saber más de todo lo que hicieron, lo que cantaron, lo que crearon y cómo ayudaron a hacer del flamenco lo que hoy es, ellas y otros cuantos, no tantos. Patrimonio de la Humanidad y patrimonio de nuestro pueblo y de algunos otros pueblos, no tantos. Que si alguien fue capaz de levantar el vello a los miembros del Órgano Evaluador de la UNESCO, esas fueron nuestras paisanas, y unas pocas más, pero no tantas.

El cine tiró de ellas en varias ocasiones, y es que el arte, sea el primero o el séptimo, acaba yendo en busca del arte, con mayúsculas. En “Duende y misterio del flamenco” (Edgar Neville, 1952) aparecen por primera vez, que se sepa, en una cinta que fue rodada en la finca Gómez Cardeña, con presencia de su dueño Juan Belmonte. Así como quien no quiere la cosa, Neville, Belmonte, Fernanda, Bernarda y Juana la Feonga al baile, ahí es ná, inmortalizando una fiesta gitana en un cortijo, cuando las había día sí y día también y no era necesario planearlas con meses de antelación. Hoy las podemos ver gracias a las bondades del YouTube, rompiéndose el pecho mientras el matador observa desde la distancia –donde pasó casi toda su vida– rememorando sus días de gloria, según reza el subtítulo en inglés del documental. Por cierto, también en inglés, ya que esta película se pensó para promocionar el flamenco fuera de nuestras fronteras, se suelta la siguiente perla, y cito literalmente: “Fernanda and Bernarda Jiménez from Utrera may not be beautiful, but their harsh gypsy voices sing from the heart” (Fernanda y Bernarda de Utrera puede que no sean guapas, pero sus duras voces gitanas cantan desde el corazón) Sin comentarios señoría. Pero entendamos, no sin algo de esfuerzo, que en aquellos tiempos era tan valorado el físico de las cantantes como sus dotes vocales, incluso más. Ellas seguro se “jartarían” de reír con eso.

En “La novicia rebelde” (Luis Lucía, 1972), una de las comedias que exprimieron el enorme tirón de la gran Rocío Dúrcal, aparece Fernanda acompañada a la guitarra por Pepe Montoya en la que fue una versión del éxito de Carmen Sevilla “La hermana San Sulpicio”. Y ya no volvemos a verla interviniendo en ninguna cinta, que tengamos constancia, hasta que Camus la persiguió para que alzara y bajara el telón de su magnífica adaptación de La Casa de Bernarda Alba (1987), rodada para conmemorar los cincuenta años de la muerte del poeta. Una obra que, de principio a fin, desde que la cantaora la inicia a golpe de garganta hasta que la cierra con la jondura que solo ella podía transmitir, rezuma arte y verdad, digna representación en imágenes de una de las piezas cumbres de nuestra literatura.

Podremos discutir sobre el cine de Almodóvar, del que hay fanáticos y detractores como de cualquier creador que se precie, pero de lo que no hay duda es de su atinado gusto musical, presente en toda su filmografía. Desde Bola de Nieve a Lucho Gatica, desde Chavela Vargas a Caetano Veloso, no hay película del director manchego que no encierre alguna joya del cancionero popular. Ya se trate de temas pop-rock, de baladas, boleros, mambos o copla española, los momentos más cómicos o dramáticos de sus obras siempre son subrayados por voces únicas, de fuerza y carácter incontestable, sacadas todas de entre los rincones de su memoria sensorial y de su vasta discoteca personal. Y claro, ahí tenía que estar Fernanda, cómo no, agarrando por bulerías –y por derecho– esa joya de Manuel Alejandro que pone la piel de gallina y que inmortalizara otra inmortal, Rocío Jurado. “Se nos rompió el amor” ilustra una escena de desgarro, como no podía ser de otra manera, en la alocada comedia “Kika” (1993), y permítanme decirlo, aunque se trate de una más que subjetiva opinión, es lo mejor que recuerdo de la película.

Carlos Saura también la quiso para uno de los proyectos musicales que jalonaron la etapa de madurez de su espléndida carrera. Fernanda de Utrera no podía faltar en “Flamenco” (1995), junto con La Paquera de Jerez, José Mercé, Paco de Lucía o Enrique Morente, representando la fuente de la que han bebido las grandes figuras que dignifican el género en la actualidad. Con la impecable fotografía de Vittorio Storaro, Fernanda aparece en un glorioso primer plano dejando claro que ella, y no otra, es la reina de la soleá.

Poco después la vimos cantando una saeta en una curiosa producción alemana que aquí se llamó “¿Soy linda?” (¿Bin ich schön?, 1998). La directora Doris Dörrie (“Hombres, hombres”, “Recuerdos desde Fukushima”) la eligió para ilustrar una secuencia en la que la joven protagonista, en una atribulada catarsis, llega a Sevilla desde Múnich en plena Semana Santa quedando impactada por todo lo que ve, y también por lo que oye.

Tené cuidao costalero, y por Dios no rozarle los varale que esa es la mare de Dió, que va en busca de su hijo muertecita de doló.

Fernanda canta ante el palio de la Hermandad de la Exaltación, la de “los caballos”, mientras avanza por una calle en la que no cabe ni un alfiler, dejando a la chica impactada hasta tal extremo que ella misma se atreverá a emularla cantándole a la virgen una improvisada saeta en alemán. Cosas del cine, fábrica de sueños y también de disparates, pero allí estaba nuestra artista, poniendo su granito de arena, o de oro molido, en tan rompedora obra.

Conforme acababa el siglo pasado, los rigores de la edad y la salud la fueron apartando de la vida pública, espaciándose cada vez más tanto sus actuaciones como sus apariciones en actos u homenajes. Tampoco la volvimos a ver en ninguna otra película, hasta que hace unas semanas se estrenó el magnífico documental “Fernanda y Bernarda” dirigido por Rocío Martin (“El que la lleva la entiende”). Con intervenciones de artistas de la talla de Paco del Gastor, Israel Fernández, Pepe Habichuela, Esperanza Fernández y su sobrina, la gran Inés Suárez, entre otros muchos, este filme recorre los momentos más importantes de las vidas de las dos hermanas desde su infancia y juventud hasta los años de plenitud artística. Este ha supuesto un trabajo principalmente a nivel recopilatorio que le ha tomado a su directora, así como a su productor, David González, tres años de exhaustiva labor investigadora. Y ahí está el resultado, listo para que los utreranos y también los de fuera –esperemos que muchos de los dos lados– podamos disfrutar y enorgullecernos de la grandeza de dos artistas irrepetibles en la historia.

Fernanda centenaria, flamenca, estrella del cante, actriz ocasional –incluso “chica Almodóvar”-, y como dijera Salvador de Quinta en su “Gitanos de romancero” la que canta soleares mejó que nadie las canta… estará así más cerca de cuantos la admiramos y de los que vengan detrás, que no la pierdan nunca de vista y sepan custodiar, con mimo y cuidado, el recuerdo de una página insustituible de nuestro hermoso legado, la verdadera esencia que nos define como pueblo.

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